La única que tuvo la suficiente “humanidad” de tratar de comprenderme, luego de despojarme de la supuesta seguridad que proyectaba con la gente, fue Liliana. Ella tiene ojos marrones claros que contrastaban con su piel canela y la suficiente paciencia e interés, casi de una madre para aguantar tanta cosa. Me miraba fijamente cuando me comportaba como un idiota, y me metía un suave lapo en la nuca diciéndome que me relajara. Esa pequeña acción me hacía mucha gracia y me ayudaba a relajarme, ya que se asemejaba a los golpes que le das a un radio o a un televisor antiguo para que funcione correctamente. Nuestra relación se empezaba a afianzar y yo estaba muy contento por eso, hasta que un día, Liliana me llamó al celular histérica, porque supuestamente yo la había tratado muy mal. No entendí mucho, ya que sólo lloraba y me decía que me odiaba, lo cual me hizo tartamudear y no poder defenderme o pedirle que me explicara bien; alguien había entrado a mi correo electrónico y le había dicho tonterías por el messenger.
– Continúa –
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