El nombre de mi maestro hacker es irrelevante, pero yo le decía Java, no necesariamente por el lenguaje de programación, sino por el personaje de Star Wars o porque andaba siempre con un polo naranja y parecía una gran java de mandarinas. Siempre bromeábamos con la posibilidad de encontrarlo algún día en su “oficina” con una chica atada al escritorio vistiendo un bikini dorado y comiendo mandarinas. En fin, esos años aprendí mucho de lo que se ahora, lo cual era encontrar debilidades en los sistemas de seguridad de las páginas Web, era sumamente interesante encontrar los errores que no debía cometer para cuando me paguen por desarrollar una. Mis tardes en la Java-cueva eran muy divertidas pero el grupo con el que parábamos entre clases no tenían conocimiento de nuestras incursiones en el mundo hacker, el grupo era muy unido, hasta hermético y no permitíamos que se nos juntara muchas personas; máximo gente con la que nos juntábamos por trabajos en grupo. Una vez, nuestra amiga Verónica, trajo consigo un chico muy peculiar, el cual nos presentó y nos saludó de una manera muy apática, sólo tenía ojos para ella. Lo ingresó a nuestro grupo de un curso, el cual estábamos por jalar y este trabajo era nuestra única esperanza. El tipo sabía el nombre de todos, lo cual nos traumó más y hablaba como si quisiera dirigir el trabajo y hasta la conversación. Verónica estaba convencida que este pata nos ayudaría a sacarnos la mejor nota, para lo cual reconocimos que teníamos que aguantarlo, pero Java lo tenía atravesado porque lo corregía todo el tiempo con ciertos aires de grandeza megalómana, y aunque tuviera razón, Java no podía soportarlo.
- Continúa -
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