Llega a casa finalmente, paga con sencillo al taxista y baja del auto con un dolor en la base de la nuca. Está fastidiado, tal vez es finalmente la hora que le anuncia que sus baterías andan bajas y que necesita descansar, pero no tiene sueño pero si ganas de soñar. Nadie lo recibe porque es temprano, saben que llega a esa hora y que entrará en la cocina para recorrer sin sentido el espacio, para encontrar algo que llame su atención, sino no comerá nada y se irá a su habitación, que lo espera con ese brillo de la mañana entrando por su ventana, encima de su cama tendida, ordenada, hasta incluso esterilizada. La escena es repetitiva, pero digna de una foto, de colgarla en la pared, está somnoliento, hasta zombie, y casi inconciente, teme pisar la fotografía que es su habitación a las siete con cuarenta y tres, que esa luz no es ni de mañana ni de noche. Finalmente se echa en su cama, destendiendo las cobijas con su cuerpo cansado. Está listo para soñar.
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