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- ¡¡Mamá, estamos en guerra!! – gritaba Liliana mientras corría por la casa con una olla en la cabeza. Pero su mamá seguía perdida en sus propios pensamientos, y pensó que estaba sola en esta batalla intergaláctica que estaba por empezar, ya que no tenía hermanos, y eso que le había pedido recientemente a su mamá que le comprara un hermanito en la clínica cerca a la casa.

Reunió lo que pudo en el estudio de su papá: tenedores, escobas, matamoscas y hasta una lata de insecticida y se atrincheró con la ventana a medio abrir. Inspeccionó el jardín desde el segundo piso, y todo nuevamente se empezó a poner rojo. En eso, su mamá apareció en la puerta con una taza en la mano, y le dijo que la tomara. Primero la sorprendió, porque pensó que la sacaría del estudio de su papá que llegaba tarde de noche; pero ella sólo esperó a que terminara la taza de leche y se fue sin decir nada. Luego de unos momentos de ver el sol rojo, empezó a tener mucho sueño y volteó confundida, y lo único que alcanzó a ver, fue la sombra de su madre parada en la puerta del estudio, y sus manos borrosas frente a ella, nuevamente.

- Continúa -

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