Nuevamente estaba en el mismo valle, frente a la tortuga, inmensa, divina (esta vez tenía los ojos cerrados). Los elefantes seguían haciendo malabares en la espalda de la tortuga, pero esta vez mirando fijamente a Liliana y cada uno tratando de señalar el cielo con una de sus patas. Liliana sentía sus manos lentas y borrosas, no entendía lo que le querían decir. De pronto la tortuga empezó a abrir los ojos, y cuando le iba a preguntar donde la tenía el extraterrestre escuchó la voz de su papá.
- ¿Liliana?, hijita por favor despierta – había pasado un día y medio desde que empezó la guerra intergaláctica, y Liliana no despertaba desde el último sol rojo.
- Continúa -
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