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La mamá de Liliana abrió los ojos impresionada, ya que normalmente su esposo no prestaba interés en lo que ella tenía que decir. Habían tantas opciones en su cabeza, como ponerla en adopción, enviarla con una las tías brujas de su esposo mientras ellos se tomarían un viajecito por todo el mundo, o hasta invitarle un par de esas pastillitas que una de sus amigas siempre tenía la gentileza de regalarle (para que la vida sea un poquito mas llevadera). En la estela de un microsegundo consideró los escenarios y la reacción que podía causar, mientras él seguía esperando una respuesta para “solucionar el problema”. Con la mueca que tenía en el rostro miró a un lado y al otro, esperando encontrar una respuesta, a lo que finalmente respondió que no se preocupara, que ella, como buena madre amorosa, tierna, dedicada y nuevamente amorosa iba a encontrar. Su esposo la miro por el pistillo del ojo derecho inclinando la cabeza hacia la izquierda, como señal de incredulidad, pero como tenía otras cosas urgentes que hacer, reabrió su libro y despachó a su esposa con un – Ok, me mantienes informado. –

Ella salió nerviosa de la habitación, por las opciones que había elaborado, de las cuales la que pareciera tener un efecto más inmediato, era el de las pastillas. Obviamente no se lo comentó a su esposo, ya que era inconcebible (públicamente) llegar a esos extremos, pero ella estaba cansada y temblorosa, la imagen del espejo no era la que ella quería ver, y realmente era necesario, así que tomó un gran suspiro, y buscó el frasquito que estaba escondido en su cajón de calzones.

- Continúa -

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