Liliana había aprendido tantas cosas en tan poco tiempo, tal vez eran cosas a las cuales no le había prestado atención antes, como las hormigas en el jardín que se roban todo lo podían de la cocina y regresan en fila india a su huequito en el jardín. También había aprendido que la pared del jardín de la casa se pelaba y quedaba levantado, dejando ver las capas de pinturas anteriores, no sabía que antes el patio había sido rosado y también celeste (ahora es un blanco aburrido, debería ser amarillo). El patio interior de la casa era el lugar preferido de Liliana, ya que cuando llegaba del nido, se sentaba con sus libros, para verlos tendida en el jardín, también corría por la casa para traer cualquier cosa que se le ocurriera para verla con trasluz al sol (claro, si no lo rompía en el camino). Otra de las cosas que adoraba era entrar al estudio de su papa en el segundo piso; sin que nadie se diera cuenta, subirse a la silla y abrir la ventana, y ver como lentamente todo se pintaba de un tono rojizo, las copas de los árboles, los techos de las casas y hasta esos cerros que se veían lejísimos, todo orquestado como si fuera una despedida especial para ella, porque la dejaba lista para ir a dormir y hasta para soñar. Cuando el transe terminaba, dejaba todo como estaba, sino habría problemas.
- Continúa -
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