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Pasaron un par de semanas y pese a que la madre de Liliana había decidido a terminar con este “problema”, tenía demasiados sentimientos encontrados al respecto, se sentaba en la cocina viéndola por la ventana y tratando de pensar que tal vez estaba exagerando, que el problema no era tan grave, tener un niño hiperactivo no es el fin del mundo, y mientras pensaba eso escuchaba el canto de Liliana a todo pulmón, que simplemente le erizaba todo el cuerpo y claramente sentía como su pelo se partía y desprendía desde las raíces. La observó por una semana escondida en la ventana de la cocina sintiéndose la persona más sola del mundo.

Liliana había encontrado una nueva fascinación, la tortuga que habitaba en el jardín. Antes de su nueva percepción, siempre había pensado que era una gran piedra que se movía cuando nadie se daba cuenta, porque aparecía en diferentes lugares del jardín, hasta dentro de la casa y su papá la sacaba en el acto un poco molesto. Era interesante ver los dibujitos que tenía en la espalda, pero pensó que eran demasiado parcos y feos. Entonces tuvo una idea y fue corriendo a su habitación y trajo sus témperas, y en cuestión de minutos la tortuga lucía rosado, azul, naranja y amarillo en la espalda muy a su pesar, ya que la tortuga, casi sabiendo, trató de escapar en el proceso.

- Continúa -

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